Autor: Trepat Vilarasau, Pere
Un día, hace ya más de un año –exactamente era víspera de Reyes–, estaba sentado en la alfombra del comedor jugando, y justo delante de mí estaba mi padre. Lo observé como nunca lo había observado. Él leía el periódico, lo sostenía con una mano y con la otra tenía un cigarrillo. Lo dejaba en el cenicero, lo cogía para hacer profundas caladas, iba echando humo por la boca… Lo hacía una y otra vez sin darse cuenta de lo que hacía, porque él iba leyendo página a página el periódico sin levantar la mirada. Cuando llegó al final del cigarrillo lo apagó y ya está. Pero el comedor estaba lleno de humo y yo estaba allí. No se daba cuenta de que me estaba intoxicando.
Cogí un bolígrafo y lo imité, hacía sus mismos movimientos con la mano y con la boca. No le encontraba sentido. En nuestras largas conversaciones, habíamos hablado en distintas ocasiones de los peligros del tabaco, tanto para él como fumador como para los que no fumamos y vivimos con fumadores. No entendía cómo podía seguir fumando, qué sentía al fumar y qué le impedía dejarlo. Siempre olía a tabaco, su piel, su ropa, su cabello… Sentía rabia cada vez que le veía coger un cigarrillo y me enfadaba con él. Me daba la razón de lo que le decía y nada más. Me preguntaba si sabía que se estaba haciendo daño y llegué a la conclusión que mi padre lentamente se estaba suicidando. Me asusté al pensar lo que estaba haciendo mi padre y lo que podía suceder. Sin decirle nada me fui del comedor y corrí a mi habitación. Se me ocurrió una gran idea.
Hacía algunos días que había escrito la carta a los Reyes Magos. Había pedido un montón de regalos para mí y para mi hermana pequeña, Maria. Cogí la carta y la rompí. Convencido, con esperanza y con mi gran inocencia, escribí de nuevo a los Reyes Magos. Sólo pedí un regalo: que mi padre dejara de fumar.
Un día mi padre se acercó y me susurró: “Gracias.” Mi padre hoy no fuma. ¿Se lo debo a los Reyes Magos?
Descargar BOLETÍN 13 / FEBRERO 2009
Recibe las novedades en tu email