Caso clínico
El maquinista de la general
Autor: Cruz Cubells, Josep Lluís
Poca gente deja de fumar pasados los 65.
Poca gente deja de fumar pasados los 65. Y menos cuando se trata de un fumador de pipa o puro al que el tabaco ha acompañado desde la más tierna infancia. Nuestro protagonista se inició en el hábito de fumar a los 10 años los domingos, para chulear un poco (fer el merda, en catalán) con unos cigarrillos de manzanilla que valían diez céntimos (eran los más baratos). A los 12 años, empezó a trabajar en un taller de coches y se pasó a los puros. En sus primeros tiempos, un día lo encontró su tío y le obligó a fumárselo todo de tirón. Ante su sorpresa, ni siquiera se mareó. En el trabajo mucha gente fumaba y, a pesar de su edad, le ofrecían cigarros. Era la época del estraperlo. Si conseguían algunos céntimos de más, podían salir a presumir: bocata de berberechos, vaso de vino, tapa y puro… y quedaban como señores marqueses. A los 16 años, ya fumaba entre dos y tres puros al día. Y pronto el consumo subió a cinco o seis. Cuando finalizó su vida laboral, dejó los puros y se pasó a la pipa por motivos económicos. Nunca había sido fumador de cigarrillos.
Desde los 10 años, nunca había estado sin fumar y no había hecho ningún intento por dejarlo. No veía por qué. El tabaco, los puros y la pipa habían formado parte siempre de las cosas que le parecían más placenteras de su estilo de vida.
En la consulta había planteado en muchas ocasiones el riesgo específico que tenía por ser diabético e hipertenso. Se refugiaba en el hecho de que fumaba poco, que casi no tragaba el humo, que no había notado ningún problema en su salud… precontemplativo como una roca.
En múltiples ocasiones, su mujer había buscado mi complicidad para intentar que su marido dejara de fumar de una vez. En los últimos tiempos la presión había aumentado y le hacía fumar en la escalera.
Un episodio de dolor precordial atípico le llevó al cardiólogo, que le recomendó dejar de fumar —la prueba de esfuerzo resultó negativa. Parecía que se había abierto una vía de agua en su actitud de precontemplación habitual. Como las ocasiones las pintan calvas, volví a la carga. Me miró con cara pícara, marcó un silencio teatral y contestó que de acuerdo, que se lo pensaría en serio, ante la sorpresa de su mujer, que tampoco salía de su asombro. Me la jugué un poco cuando lo reté: “Ya sé que te lo has de pensar, pero yo te propongo que empieces ya.” Le recomendé la utilización de nicotina oral y la modificación de algunos hábitos que él tenía muy vinculados al tabaco, como los desayunos copiosos con huevos fritos, el vaso de vino, etc.
La semana siguiente acudió puntual a la cita, visiblemente nervioso, con una boquilla de plástico entre los dientes. No había vuelto a fumar. “Cuando digo que basta es basta”, me dijo. No había tomado ni un solo comprimido de nicotina, “con mirarlos tengo bastante”, decía. Tampoco había cambiado de hábitos. No estaba dispuesto a renunciar a más cosas. No había apartado el tabaco de su vida, ya que continuaba llevando la petaca con la pipa en el bolsillo. Sus únicos recursos terapéuticos eran la boquilla que llevaba en ese momento y los palillos de madera después de las comidas. A pesar de que era visible que lo estaba pasando mal, y que compensaba picando entre horas, no quiso aceptar ningún tipo de apoyo farmacológico más allá de algunas infusiones.
Pasados los dos primeros meses, no se volvió a acordar del tabaco.
Pasados los dos primeros meses, no se volvió a acordar del tabaco. Reconocía que le había resultado más fácil de lo que pensaba. Él había vivido rodeado de tabaco desde los 10 años. En el taller de la Renfe, donde trabajó muchos años, tenía siempre cuatro o cinco cajas de puros, no fuese caso que se quedara sin… También tenía un arsenal parecido en la cabina de proyección del cine donde empezó a trabajar en 1963. En aquellos tiempos se podía fumar en el cine, pero no en la cabina. De esto hace ahora dos años. Está intentando perder los kilos que entonces ganó y está contento por haber dejado el tabaco. Físicamente, se encuentra mejor. Quizás le falte un poco de brillo. Quizás eche de menos aquellos desayunos.
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