Autores: Abella Pons, Francesc y Gil Rodríguez, Juan
La paradoja
Domingo Comas, reconocido sociólogo, describe el Síndrome de Haddock. Saca el nombre del amigo y compañero de Tintín, el héroe del cómic que se dedicaba, en cada aventura, a perseguir y encarcelar todo tipo malhechores y traficantes de drogas (de opio y de torta especialmente). En cambio, el simpático Tintín toleraba a su amigo, el capitán Haddock, los abusivos consumos de alcohol que hacía en cada capítulo. Abusos que pretendían generar la simpatía y la sonrisa en los lectores. Ésta es precisamente la crítica de Comas. Como sociedad somos capaces de estar alerta y con temor de sustancias que generan adicción, problemas de conducta y legales que nos son ajenas, pero aceptamos, toleramos, reforzamos, utilizamos, promovemos y consumimos otras sustancias que, sin embargo, consideramos nuestras, simpáticas y menos peligrosas. Es el caso del propio alcohol y del tabaco. El hecho de ser socialmente cercanas no quita su elevado riesgo sobre la salud de las personas. Consecuencias que tienen que ver no sólo con la salud sino con elevados gastos económicos.
La evidencia
La dependencia del tabaco, lo que habitualmente llamamos tabaquismo, es un trastorno adictivo que está considerado como enfermedad crónica.
Debido a su contenido de nicotina, se generan una serie de alteraciones fisiológicas y psicológicas de dependencia equiparables a otras drogas legales (alcohol) e ilegales (heroína y cocaína). La dependencia en la nicotina está reconocida como trastorno mental y del comportamiento en la Clasificación Internacional de Enfermedades de la OMS y en el Manual de Diagnóstico y Estadísticas de la Asociación Americana de Psiquiatría. El consumo de tabaco es el principal agente de enfermedades no transmisible y muerte evitable que afecta a la humanidad. A su vez, constituye el factor de riesgo fundamental en 6 de las 8 principales causas de mortalidad en el mundo.
Las personas fumadoras habituales pierden una media de 10 años de vida. En el mundo, cada 4 segundos fallece una persona por ese consumo. Una, cada hora en Cataluña.
El tabaquismo incrementa las desigualdades sociales en salud.
Varios estudios muestran que las tasas de abandono del consumo de tabaco son menores en los grupos socioeconómicamente más desfavorecidos. Si dejar de fumar ya es difícil, por sí mismo, sin ayuda, lo es aún más en personas que viven en condiciones materiales adversas y/o tienen que hacer frente a acontecimientos estresantes de la vida. Así, el consumo de tabaco contribuye al aumento de las desigualdades sociales. Según la Encuesta de Salud de España, la prevalencia del consumo diario ha disminuido, por lo general, 11,1 puntos. En el grupo de mayor capacidad económica la disminución fue de 24 puntos, mientras que en el de menor capacidad sólo se redujo 5,40 puntos. Lo mismo ocurre si se considera el nivel educativo. En las personas más formadas, la disminución es de 21 puntos y de 1,93 en las menos formadas. El problema no mejora, se traslada. Así lo señala el informe Millennium Development Goals and Tobacco: la pobreza de un país o un individuo está relacionada con el consumo de tabaco.
Las iniquidades en salud fueron definidas como las diferencias en salud que presentan diferentes grupos de población que son innecesarias, evitables e injustas. La equidad en este ámbito implica la posibilidad de que todo el mundo pueda conseguir su máximo potencial de salud. Nadie debería estar en desventaja para conseguir ese potencial (Whitehead, 1992).
Se disponen de tratamientos efectivos para ayudarle a dejar de fumar.
La mayoría de personas que fuman refieren el deseo de dejar de fumar. Un 60% lo han intentado. La mayoría de intentos de abandono tienen lugar por propia iniciativa de la persona, haciendo uso, básicamente, de la “fuerza de voluntad” como única estrategia terapéutica. La adicción al tabaco es una condición clínica crónica, difícil de superar si no se dispone del apoyo y tratamiento adecuado. El papel de la Atención Primaria de Salud es esencial en este aspecto. Otra cosa distinta es el reconocimiento que del tabaquismo se hace desde las instituciones implicadas. La falta de formación, la disponibilidad, la falta de recursos técnicos y humanos y el interés de los gestores en entender el tabaquismo como patología grave y digna de ser tratada son algunos de los aspectos que permiten la proliferación de esta patología.
¿Se imaginan un centro de salud en el que no se atendiera la hipertensión arterial o la diabetes? ¿O que la atención de estas importantes patologías no entrara en la cartera de servicios del centro? ¿Que estos tratamientos no estuvieran financiados? o, incluso, ¿que en las historias clínicas de cada paciente no se preguntara por sus niveles de azúcar, colesterol o no constaran los valores de la tensión arterial? En tabaquismo todavía se dan estas situaciones.
Ayudar a dejar de fumar es una actividad coste-efectiva.
Tanto las intervenciones en cese tabáquico de baja intensidad (el consejo sanitario) como las de máxima complejidad (el tratamiento especializado) han demostrado una relación coste-efectividad muy favorable. Estas intervenciones se han considerado varias veces más eficientes que otras acciones preventivas y asistenciales ampliamente instauradas, como la disminución de la presión arterial o el manejo clínico de la hipercolesterolemia. En algunas ocasiones se ha argumentado que el consumo de tabaco aporta beneficios debidos a los impuestos que genera. En la Memoria Económica que acompañaba a la Ley 28/2008, quedaba documentado que el gasto del Estado al sufragar el coste sanitario y social derivado del tabaquismo, excede a los beneficios recogidos por sus impuestos. Socialmente se ha avanzado mucho en la sensibilización social del tabaquismo, pero ésta no va acompañada del apoyo que deben tener las personas fumadoras para abandonar la adicción.
La realidad
Todo lo que hasta ahora hemos contado ya lo sabíamos. Todo el mundo lo sabe.
A pesar de las nuevas aportaciones, investigaciones, intervenciones innovadoras, atrevidas leyes que intentan encontrar su espacio, motivaciones profesionales y espontáneas campañas informativas, el problema persiste. Ya no tanto al saber el daño del tabaco sino a la agilidad de las intervenciones terapéuticas y en ausencia de políticas específicas al entender el tabaquismo como lo que es, una auténtica pandemia. ¿Qué debe hacer una persona que se propone dejar de fumar ante un aviso serio de la salud, de una repentina motivación personal, de una amenazadora presión familiar o de la simple aplicación del sentido común? ¿A quién debe dirigirse?, ¿cuánto tiempo tendrá que esperar?, si tiene que utilizar tratamientos farmacológicos, ¿tendrá que pagarlos de su bolsillo (lo que no sucede con el resto de adicciones)?. Hay aún otras cuestiones a resolver: ¿cómo es que no existe una formación en tabaquismo en los planes docentes en las facultades relacionadas con la salud?, porque el tratamiento del tabaquismo en la Atención Primaria de Salud no deja de ser un programa anecdótico , esporádico y no financiado totalmente?
Lo que sería necesario
¿Por qué la atención del tabaquismo se deja, exclusivamente, en manos de profesionales voluntariosos, motivados y sin claras directrices de los centros?
Los cambios sólo son posibles si hay detrás una auténtica actitud de cambio. Las actitudes somos manifestaciones humanas, es decir, de personas que tienen criterio, que se marcan objetivos, que proponen cambios, que conocen el ámbito de intervención, que dejan hacer, que piden consejo, que valoran el trabajo realizado, que estimulan la iniciativa y que se atreven.
Las normas, estrategias, planes y proyectos deben estar comandados por personas que cumplan estas condiciones. La atención de la dependencia del tabaco es la solución a muchos problemas de salud relacionados, y no sólo su dependencia. Una persona que deja de fumar, no sólo mejora en su calidad de salud, sino que también ahorra mucho dinero en la sanidad pública. El gasto sanitario atribuido a las patologías relacionadas con el tabaquismo es de 8.000 millones de euros/año.
Si damos al tabaquismo la misma importancia, atención y dedicación que se está dando en el resto de adicciones, acertaremos en el propósito de conseguir la equidad en salud y un mejor bienestar de la población. Necesitamos buenas decisiones y buenas personas decididas
Hablar de tabaco comienza a ser aburrido si no aplicamos políticas de intervención efectivas.
Mientras seguiremos haciendo batallas de guerrilla y francotirador, con un claro desgaste entre profesionales y personas fumadoras como resultado.
Dr. Francesc Abella Pons
Psicólogo Clínico. Lleida.
Dr. Juan Gil Rodríguez
Farmacéutico Comunitario. Madrid.
Artículo publicado fraccionado al Diario SEGRE el lunes 31 de mayo y el martes 1 de junio de 2022.
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