Autor: Baena, Antonio
Para poder dar la importancia que, sin lugar a dudas, se merece el tratamiento psicológico en el conocimiento, prevención y tratamiento del tabaquismo, hemos de destacar el diseño y la puesta en marcha de técnicas que, individual y comunitariamente, han resultado efectivas.
Si echamos la mirada atrás, la década de los 60 fue la época en la que, de manera irrefutable, se demostrara la relación entre el consumo de tabaco y diferentes enfermedades. Por tanto, nos encontramos con una situación ideal para que la psicología, como ciencia que estudia el comportamiento humano, se convirtiera en la primera disciplina de la salud que intentase buscar soluciones a un problema tan importante.
Gracias a este interés inicial, los profesionales que actualmente intervenimos en tabaquismo podemos utilizar múltiples estrategias incluidas en programas de tratamiento, así como aquellos modelos teóricos que lo sustentan y fortalecen, respecto del inicio, mantenimiento y consolidación del consumo de tabaco. Entre las aportaciones más significativas y sin las cuales hoy en día el tratamiento del tabaquismo sería algo muy diferente a lo que conocemos, destacar: las primeras historias clínicas del fumador, los diferentes programas preventivos, los estadios de cambio, la escala para medir los estadios de cambio, el test de dependencia a la nicotina, el test de motivación para el abandono, los procedimientos de prevención de recaídas, la entrevista motivacional, la definición de adicción y droga adictiva, los autorregistros clínicos y los procedimientos de autoayuda, entre otros.
Atendiendo a este breve recorrido, podemos afirmar que la psicología es la ciencia de la salud que más y mejor ha contribuido y continúa haciéndolo para ayudar a los fumadores a dejar de serlo, evitarlo en los que aún no se han iniciado y prevenir la recaída en aquellos que lo han dejado.
Una ventaja clara en el inicio de este tipo de abordaje fue el diseño de un marco teórico con una estructura robusta, que nos ha permitido ir avanzando cada vez más hacia la evidencia científica de nuestras intervenciones y la posibilidad de fructífera colaboración con otras disciplinas.
Por otro lado, al haber sido tratado inicialmente el tabaquismo como un problema de la conducta, actualmente se hace muy difícil dejar claro que es una drogodependencia, y de las más adictivas que existen. Para ello, sólo hay que ver la prevalencia tan elevada de consumo directo, sin olvidar a los que afecta indirectamente por compartir entorno con los fumadores y fumadoras.
Por su parte, el avance en la definición y conocimiento del funcionamiento cerebral, y en especial de los receptores nicotínicos, han aportado diferentes hitos de suma importancia para el control del tabaquismo.
El primero fue el de conceptualizar al fumador y a su “incapacidad” para el abandono del tabaco en un marco bio-psico-social, y no únicamente en un reduccionismo fisiológico o incluso psicológico. En otras palabras, el tabaquismo era un tema que iba más allá de la decisión personal de consumir o no la sustancia. Se dejo de satanizar al fumador.
El segundo paso a destacar fue la introducción de tratamientos farmacológicos de eficacia demostrada como complemento al tratamiento psicológico, dándonos la oportunidad de contar con otra herramienta más para ayudar a la persona que teníamos delante.
Llegados a este punto, cabe destacar que el tratamiento psicológico es aquel que realiza un especialista en salud mental, ya que requiere un nivel de formación de carácter especializado.
Llegados a este punto, cabe destacar que el tratamiento psicológico es aquel que realiza un especialista en salud mental, ya que requiere un nivel de formación de carácter especializado. Para seguir avanzando con la definición de tabaquismo como una adicción multidimensional, se terminó por enmarcar en un modelo bio-psico-social, imperante dentro de la psicología de la salud. Además, estos descubrimientos atrajeron el interés de otros colectivos sobre el problema del tabaquismo, como drogadicción, especial-mente el colectivo médico, no centrándose únicamente en las enfermedades derivadas del mismo. Esto ha dado lugar a que poco a poco los tratamientos utilizados se hayan ido transformando en un conjunto de estrategias de carácter cada vez más interdisciplinario.
Podríamos decir que estamos ante una muy buena noticia, siempre que esa interdisciplinariedad sea real y cuenten para ello con un especialista de la salud mental, debido a que el relativo fracaso de las terapias de cesación se debe, aún hoy día, a la escasa participación de los profesionales de la psicología en estas unidades especializadas, también, por supuesto, a la falta de formación específica de nuestro colectivo. No podemos olvidar lo que la evidencia nos dice acerca de la eficacia y efectividad del tratamiento psicológico, no sólo para la superación del síndrome de abstinencia a la nicotina, sino también para el mantenimiento en el tiempo de la cesación.
Por último, apuntar a la evolución del consumo de tabaco y tipología del fumador en aquellos países que nos llevan la delantera en programas comunitarios y atención individualizada, sólo para recapacitar acerca de cuáles son los fumadores a los que nos vamos a tener que enfrentar, y que muchos de nosotros estamos ya empezando a tratar. Estamos hablando de aquellos fumadores que necesitan más, si cabe, la participación de un profesional de la psicología, atendiendo principalmente a dos motivos: el primero, porque su baja motivación y alta dependencia requieren una intervención claramente psicológica y el segundo, porque cada vez más el tabaquismo se presenta en la persona con una comorbilidad psiquiátrica.
Estas son algunas de las razones de peso por las que el psicólogo debería formar parte, aunque nos tememos que será a medio-largo plazo, entre los profesionales fijos de la salud pública. Por eso, nos toca como colectivo mejorar especialmente la formación, como ya he apuntado, en tratamientos eficaces del tabaquismo, publicar el máximo de estudios al respecto y convertir el tabaquismo, como principal problema de salud pública que es, en un tema de interés central en la formación reglada de nuestra profesión.
Para concluir, podemos decir que si actual-mente es un riesgo y a su vez un lujo el que la salud pública no se permita contar con los profesionales de la psicología en la atención al tabaquismo, lo que está por venir va a ahondar más en esa necesidad, no sólo por la complejidad cada vez mayor de los tratamientos e interdisciplinariedad de los mismos, sino también por la tipología cada vez más compleja de fumadores. A esto se le suma la dificultad de abandonar el tabaco gracias a las campañas sociales e individuales, dirigidas no sólo a la población adulta, sino, cada vez más, a la captación de nuevos fumadores entre los más jóvenes. En definitiva, los psicólogos somos complementarios al resto de profesionales, ¿o será al revés?
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