Nuestro “Querido enemigo”

Autor: Prunera, Merche

No quiero plantearme un futuro sin tabaco porque estoy segura de que volvería a fumar. Prefiero pensar “Hoy no fumo…” e ir avanzando poco a poco. Tampoco quiero plantearme grandes hazañas ni quiero que me digan cosas como: “¡¡Muy bien, campeona!!”, etc.

Mi particular “duelo” tiene su razón de ser; el mal “amigo” tabaco ha sido para mí compañero durante muchos años de alegrías, tristezas, soledades, pensamientos, noches de insomnio, etc. Tantas cosas he compartido con él… Por este motivo nomino mi estado de “duelo”.

He de pensar que tal como vino a mi vida (de una manera voluntaria), se ha ido voluntariamente. Simplemente es un acto de fe hacia mí misma.

Sé que un día lo olvidaré, o puede que siempre permanezca en mi recuerdo, porque las compañías buenas o malas nunca se olvidan. También soy consciente de que me ha hecho daño, pero siempre pensaba que ya llegaría el momento adecuado para dejarlo, pensamientos como “Aún no es el momento”, “Estoy pasando una mala racha”, “Estoy demasiado estresada”, etc.

Muchas veces no somos conscientes de nuestras capacidades, hay una inseguridad que nos atrapa y nos paraliza, no nos deja avanzar por los caminos de la vida.

Realmente somos más fuertes de lo que imaginamos. Un día, viendo una película, una escena se me quedó grabada: la de una playa desierta, un día gris, una mujer mayor consolando a una joven con la frase “Vivir es muy fácil, sólo tienes que comer cuando tengas hambre, dormir cuando tengas sueño, reír cuando estés alegre…”. Esto tiene un significado importante para mí, la vida es el día a día, no plantearme grandes metas y ayudar, ayudar siempre a quién lo necesite.

Para poder hacer esto, yo tengo que estar bien y mantenerme fuerte frente a mi mal “amigo”. Un acto de fe en mí misma desde la conciencia, ese lugar que poseemos sólo la humanidad.

Realmente me atrapaste, yo te tenía como un buen amigo y acabaste adueñándote de mi voluntad. Por eso te dejo, porque quiero recuperar mi libertad, y sé que durante un tiempo te echaré mucho de menos, de la misma manera que muchos prisioneros acaban añorando a sus captores cuando los liberan. En este momento es lo que tú habías sido para mí, mi “verdugo”, disfrazándote en una atracción envolvente y destructiva a la vez.

Te considero mi particular “síndrome de Estocolmo”, y por eso te dejo. Adiós.

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