Una trabajadora que no fuma

Autor: Anónimo

Ayer, 4 de enero de 2006, se cumplió el tercer día laborable desde la entrada en vigor de la ley antitabaco. Los fumadores, hasta ahora, han estado expresando su indignación ante la prohibición de poder ejercer su vicio en los respectivos puestos de trabajo, así como en todas aquellas zonas lógicamente convertidas en áreas sin humo. Manifiestan ellos, los fumadores, sentirse discriminados por la ley, por los que la defienden, por los que la hacen cumplir, por los compañeros no fumadores, etc. En definitiva, parece que el mundo haya conspirado contra ellos y su inseparable amigo, un amigo que, curiosamente, les calcina poco a poco las entrañas.

Pues bien, soy yo, que no fumo, la que me siento y me he sentido discriminada antes y después de todo este caos.

Pues bien, soy yo, que no fumo, la que me siento y me he sentido discriminada antes y después de todo este caos. Durante estos años he tenido que compartir las horas de trabajo con mis compañeros y con sus cigarros. Ellos, ahora, cuando sienten la necesidad de expirar un poco de nicotina salen a la calle y calman su ansia de aire negro. Yo, cuando necesitaba respirar aire puro, sin olores ni cargado de humareda, no podía salir a la calzada a depurar mis pulmones. Aquí no se acaba todo. El café, para los fumadores, va acompañado siempre de un cigarro. La máquina de cafés de la oficina ha pasado de hacer unos veinte cafés al día a hacer tres o cuatro. Y claro, estos dieciséis o diecisiete cafés tienen que compensarse de algún modo. Mis compañeros fumadores salen a hacer el café al bar que hace chaflán, allí pueden satisfacer su vicio sin la mirada atenta y punzante de la nueva ley antitabaco. El café que antes duraba cinco minutos, y que se hacía en el lugar de trabajo, ahora dura diez minutos, quince o veinte; además, claro, pueden, una vez más, salir de su lugar de trabajo. Pero yo estoy clavada como una aguja durante todo el horario laboral en mi silla, ante el ordenador, entre cuatro paredes que sólo puedo traspasar en la hora punta de salida y entrada al trabajo. Si salgo cinco minutos, e incluso quince, a hacer un recado personal, seré mal vista por mis superiores y también por algunos de estos compañeros fumadores que, claro está, ellos sí que tienen serios motivos para escaquearse un rato cada hora. Y me parece lógico que esté mal visto salir del trabajo por asuntos particulares, pero mi pregunta es: ¿Y si lo hago con un cigarro en la mano? Entonces, quizás, no supondrá ningún problema ni miradas intimidadoras de mis jefes.

Quiero deciros que quizás la mía es una visión un poco subjetiva, pero es así como lo estoy viviendo. Tal vez es pronto para hacer ningún juicio, pero es mi primera impresión y necesitaba compartirla con alguien más que conmigo misma –no lo haré con mis compañeros, no quiero que se sientan más discriminados de lo que ya están, pobrecitos–. Además, quiero deciros que os he engañado, no soy no fumadora, soy exfumadora (de dos paquetes diarios). Puedo entender su necesidad de fumar un cigarro, pero no que se sientan tan y tan discriminados. Ellos, ahora, tienen más libertad que nunca, como mínimo en el ámbito laboral que compartimos (y que hasta ahora también compartíamos con su humo).

Descargar BOLETÍN 1 / FEBRERO 2006