Autor: L.B.
Tengo 26 años y no fumo desde el pasado mes de abril. Dejar de fumar no fue una decisión fácil de tomar ni un camino de rosas. Todo fue a raíz de que mi madre, de 54 años y fumadora, por Navidad tuvo un infarto de miocardio. Entonces fue cuando decidí que no debía fumar más y que tenía que respetar mi salud.
Sabía que sola no lo conseguiría y pedí ayuda. La tuve, pero ya en tratamiento sólo pensaba en fumar, tenía ganas de llorar y de comer. Estaba ansiosa y la situación era insoportable. Cada día era peor: no fumaba, pero en mi mente un pensamiento insistía en que no quería dejar de fumar, me lo repetía una y otra vez. Me preguntaba por qué debía hacerlo, si yo no tenía ningún problema de salud. Volví a fumar un día que estaba desesperada. No me sentí mal ni culpable por haberlo hecho, pero con la insistencia y el apoyo de mi pareja entré en razón, lo volví a intentar y continué el tratamiento. Iban pasando los días, que continuaban siendo largos y grises, y reinaba en mí una gran tristeza. No me di cuenta y ya había pasado un mes, todo iba tomando otro color y empecé a sentirme orgullosa, a valorar lo que estaba consiguiendo y el hecho de que algo que me suponía un gran obstáculo se estaba reduciendo.
Actualmente, tras seis meses de abstinencia, debo decir, sinceramente, que ha valido la pena pasar por esta experiencia, porque ahora soy libre. He conseguido cambiar hábitos, estoy satisfecha de lo que estoy haciendo y, sin bajar la guardia, seguiré adelante paso a paso y día a día hasta llegar a ser realmente una ex fumadora. Vale la pena.
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