Autor: Carreras Castillet, José María
En la década de 1960, distintas organizaciones científicas y profesionales pusieron de manifiesto de forma incuestionable la toxicidad del humo del tabaco y su capacidad de ocasionar enfermedad y muerte. En ese momento, las instituciones sanitarias consideraron que la difusión de este mensaje sería suficiente para erradicar el problema del tabaquismo. No se conocía la capacidad adictiva de la nicotina, que hoy sabemos que ocasiona una enorme dificultad para abandonar la conducta de fumar.
En los últimos 25 años se ha avanzado de forma significativa en el tratamiento de esta dependencia con la aparición de distintos fármacos que han supuesto una importante ayuda para dejar de fumar.
En los últimos 25 años se ha avanzado de forma significativa en el tratamiento de esta dependencia con la aparición de distintos fármacos que han supuesto una importante ayuda para dejar de fumar. Ahora bien, no podemos volver a equivocarnos y creer que la farmacología va a suponer la solución definitiva de este problema. Todos somos conscientes de que esto no es tarea fácil, ni que pueda afrontarse sólo con la alegría de una simple prescripción.
Conocemos la eficacia de una legislación acorde, basada en evidencia científica y no influenciada por grupos de presión ni sujeta a avatares políticos. Sabemos también de la importancia de la sensibilización y la educación de la población sobre este problema de salud pública, al que habitualmente no se le da la relevancia pertinente. Y también, y de forma fundamental, somos conscientes de la gran relevancia que tiene la implicación a todos los niveles de los profesionales sanitarios en abordar el problema, asumiendo su papel de colectivo de modelo de conducta y como no, implicándose en el tratamiento a los fumadores.
Cuando hablamos de profesionales sanitarios pensamos en un grupo multidisciplinar, médicos, enfermeros, psicólogos, etc., no podemos olvidar que el tabaquismo es una dependencia y, por tanto, elementos como conducta, motivación, recursos y habilidades resultan fundamentales, tanto para su desarrollo como para su tratamiento.
La educación y el entrenamiento en habilidades de control de estímulos y resolución de problemas son herramientas conocidas por el momento para la modificación de conducta, que son fruto de las investigaciones de una ciencia para la salud como es la psicología clínica y de la cual hemos de esperar y exigir aportaciones futuras, que serán más abundantes y más eficaces cuanto mayor sea el interés y la especialización de dicha ciencia en el tratamiento a fumadores. Aunque la aplicación de fármacos con esta intencionalidad pudiera estar focalizando, en estos momentos, la actitud terapéutica del tabaquismo hacia la farmacología, no conviene olvidar que su empleo exclusivo no sólo no alcanza el nivel óptimo de resultados, sino que disminuye en eficacia con el tiempo.
Además, debemos ser conscientes de que la aplicación de las medidas de sensibilización y legislativas van a producir una selección en la población fumadora, siendo ésta cada vez más compleja de abordar por sus características socioculturales y por su comorbilidad fundamentalmente psiquiátrica. Es necesario mejorar nuestros métodos farmacológicos y no farmacológicos, de lo contrario nos veremos estancados en la asistencia hasta que lleguemos al núcleo de fumadores irreductibles, tal y como vemos que está sucediendo en otros países, sin haber desarrollado recursos propios para afrontar su tratamiento.
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