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La comunidad ante el tabaco: de la prevención al tratamiento

Autor: Vega Fuente, Armando

El consumo y el abuso del tabaco, así como la abstención, se aprenden en todos estos sitios, queramos o no queramos aceptarlo.

La auténtica educación sobre el tabaco está en el hogar, en la calle, en los medios de comunicación social, en los lugares de trabajo y en cualquier otro lugar en el que las personas se encuentren y se comuniquen. El consumo y el abuso del tabaco, así como la abstención, se aprenden en todos estos sitios, queramos o no queramos aceptarlo. Y se aprende en el más profundo sentido de la palabra, no de forma memorística, sino cambiando las actitudes y valores para traducirlas en conductas acordes con el medio en el que uno crece como persona. Es la comunidad quien asume, aquí, el protagonismo, tanto en el inicio y en el refuerzo del consumo de tabaco como en la abstención o en la reducción de su consumo. El trabajo educativo o reeducativo que puedan llevar a cabo las escuelas o los servicios de tratamiento no dejan de ser recursos de la comunidad.

Pero sacar adelante un trabajo comunitario no resulta fácil, por lo que convendría analizar en profundidad las exigencias de la intervención comunitaria (Vega, 1993). Que se organicen actividades de todo tipo en el marco de la comunidad o desde un servicio municipa no significa necesariamente que la comunidad asuma su propia responsabilidad. Puede servir, incluso, de coartada para que los ciudadanos descarguen sus propias responsabilidades en el aparato administrativo.

La intervención educativa que pretenda ser eficaz ha de tener en cuenta todas las variables que intervienen en el inicio y en el desarrollo del consumo de las diferentes drogas. Sólo con la intervención adecuada sobre estas variables se podrá influir en el consumo de drogas. Pero estas intervenciones pueden tener efectos limitados si no existe una conjunción de esfuerzos para poder actuar, al mismo tiempo, sobre todos los factores intervinientes en el lugar y en el momento precisos. Familia, escuela y comunidad, con todos sus servicios, han de actuar de forma conjunta y coordinada si se pretende conseguir efectos positivos. En definitiva, es la comunidad, que engloba tanto la familia como los centros educativos y otros servicios e instituciones públicas y privadas, quien debe asumir su propia responsabilidad educativa en relación con la problemática del tabaco.

Antes de cualquier intervención comunitaria, habrá que dar una serie de pasos según un orden de prioridad:

– Identificar y movilizar los recursos existentes, ya sean organizaciones juveniles, medios de comunicación social, sindicatos, instituciones educativas y sanitarias, organizaciones religiosas, agrupaciones culturales, etc.
– Estudiar el alcance y las características del problema del tabaco en la comunidad con los medios técnicos más adecuados para tener un conocimiento preciso.
-Establecer mecanismos de coordinación de los servicios existentes dentro de la comunidad, sin olvidar los que se puedan desarrollar en un futuro.
– Desarrollar mecanismos para obtener apoyo económico, voluntario, de especialistas y todo lo que exija la intervención planeada. Un apoyo que puede conseguirse de la comunidad y de sus instituciones.

Las intervenciones educativas que se pueden poner en marcha son tantas como seamos capaces de crear. El único límite será nuestra propia capacidad de imaginación. Entre los programas específicos, se pueden recordar, aquí, campañas de sensibilización, encuentros educativos, programas de estudio, etc. Como servicios, tenemos centros de información y documentación, centros de orientación, etc.

En cuanto a las intervenciones inespecíficas, contamos con un amplio abanico de posibilidades o alternativas. Alternativa no quiere decir sustituto, ya que implica una orientación más efectiva que el mismo tabaco en el momento de ofrecer respuestas a las necesidades de las personas. En este punto, conviene recordar los problemas más frecuentes que suelen aparecer en las intervenciones comunitarias: objetivos inadecuados, desconocimiento de la comunidad, planteamiento equivocado de los esfuerzos a realizar, recursos inadecuados o mal utilizados, falta de representación, un campo de actuación demasiado amplio o dificultades administrativas. La intervención comunitaria no es fácil, pero eso no quiere decir que no sea posible si se actúa con cabeza y se conjuntan esfuerzos y buena voluntad.

Esta intervención comunitaria adquirirá pleno sentido dentro del marco de la promoción de la salud. Las estrategias de la Carta de Ottawa, que recoge la Declaración de Yakarta sobre promoción de la salud en el siglo XXI (Morón Marchena, 1998), constituyen el marco más adecuado para el desarrollo de la prevención y el tratamiento del tabaquismo: construir una política pública saludable, crear ambientes sostenibles, fortalecer la acción comunitaria, desarrollar las habilidades personales y reorientar los servicios de salud.

Desde este planteamiento, los profesionales comprometidos con la comunidad asumen como funciones básicas de su trabajo en relación con el tabaco:

– Conocer en profundidad la extensión y características del consumo de tabaco entre los propios educandos y en su entorno.
– Disponer de un proyecto educativo que integre la problemática del tabaco a todos los niveles y las respuestas adecuadas a las necesidades existentes, preventivas o terapéuticas.
– Colaborar con los servicios de la propia comunidad de forma que la intervención educativa esté integrada dentro de los esfuerzos de la comunidad y cuente con la convicción de que los programas comunitarios ofrecen mayores garantías de eficacia educativa.
– Informar y asesorar tanto a educadores, padres y educandos como a otros miembros de la comunidad sobre los efectos negativos del tabaco, con la estrategia y metodología didáctica que se considere más oportuna.
– Derivar los casos problemáticos a los servicios adecuados, sin perder el contacto con estos individuos y colaborando, siempre, en la intervención educativa propuesta.
– Participar en las actividades de promoción de la salud propias de la comunidad, de forma que la escuela sea un eslabón más en la tarea comunitaria.
– Coordinarse con las entidades públicas y privadas para una mejor explotación de los recursos preventivos y terapéuticos de la comunidad.- Estimular y apoyar a profesores, padres y alumnos para que se impliquen en actividades, servicios, asociaciones, etc. orientadas a dar respuesta a los problemas causados por el tabaco.

Al mismo tiempo, se ve la necesidad de controlar el acceso al tabaco, pues constituye, para muchos, la forma más eficaz de reducir el consumo de esta sustancia y los efectos negativos para la salud que de su consumo se derivan. Según las estadísticas, más de un tercio de quienes se inician en el consumo experimental del tabaco en la primera adolescencia se convierten en fumadores habituales cuando finalizan la educación secundaria. De acuerdo con estas premisas, muchos países prohíben la venta de tabaco a menores para evitar, así, el desarrollo del tabaquismo en esta población. No obstante, algunos estudios ponen de manifiesto que incluso en aquellos países donde se aplica dicha normativa se actúa con cierta tolerancia, sin exigir prueba documental de la edad a más de un sesenta por ciento de los adolescentes que adquieren tabaco o que lo intentan. Por otra parte, la compra no es la única fuente de acceso al tabaco entre los jóvenes, que pueden también conseguirlo de los padres, hermanos, amigos o incluso robándolo (CDD, 2000).

¿Cuál es la mejor forma de limitar el acceso de los jóvenes al tabaco y el posible efecto de esta limitación en su consumo?

¿Cuál es la mejor forma de limitar el acceso de los jóvenes al tabaco y el posible efecto de esta limitación en su consumo? Stead y Lancaster (2000) han realizado una revisión de diversas intervenciones llevadas a cabo en Estados Unidos, Canadá, Reino Unido y Australia para prevenir la venta de tabaco a menores. Su trabajo trata de valorar la eficacia de dichas intervenciones para reducir el acceso de los menores al tabaco mediante la disuasión de los comerciantes minoristas (supermercados, pequeñas tiendas y almacenes, grandes superficies, estancos, etc.) que venden tabaco a menores de edad e incumplen, así, la normativa.

Entre la literatura científica revisada, se seleccionaron veintisiete trabajos, en los que se valoraron las intervenciones orientadas a vendedores minoristas de tabaco (mediante la educación e información sobre la normativa vigente en cada caso o mediante el control de su aplicación), los cambios producidos en la percepción de los menores sobre el acceso más o menos difícil al tabaco y los consiguientes cambios en las pautas de consumo. Trece de estos veintisiete estudios incluían alguna forma de grupo de control y, en el resto, se compararon los índices de ventas ilegales y/o de consumo antes y después de la intervención. Dada la heterogeneidad de diseños, tipos de intervención y efectos medidos en los diferentes estudios, se optó por la síntesis cualitativa de los resultados en lugar de por un análisis cuantitativo de los mismos.

En concreto, la revisión sistemática llevada a cabo por Stead y Lancaster trataba de responder a estas tres cuestiones:

– La intervención dirigida a los vendedores minoristas, ¿redujo la venta de tabaco a menores? ¿Se manifestó algún tipo de intervención más eficaz frente al resto?
– La reducción de la venta a menores, ¿redujo su percepción (medida a través de autoinformes) sobre la dificultad de acceso al tabaco?
– La reducción de la venta de tabaco a menores, ¿se reflejó en un descenso del consumo juvenil?

En relación con la primera de estas cuestiones, once estudios controlados (es decir, que utilizaron un grupo de control) valoraron los efectos de la intervención en las ventas ilegales mediante controles de cumplimiento de la normativa. En seis de ellos se descubrió que la intervención había reducido el número de ventas ilegales en comparación con el grupo de control. La coacción activa fue la forma de intervención utilizada en tres de ellos. La mera información a los minoristas resultó menos eficaz que la coacción activa y los métodos educativos en la reducción de ventas ilegales. En el resto de estudios controlados no se encontró ninguna diferencia en el índice de ventas ilegales.

Todos los estudios no controlados, por su parte, mostraron una reducción de la venta de tabaco a menores después de la intervención, pero las diferencias encontradas eran variables e inconsistentes en los diferentes contextos, evidenciándose, asimismo, una debilitación de los efectos de la intervención a medida que transcurre el tiempo a partir de su realización. Los resultados muestran, también, que ninguna de las estrategias utilizadas en las intervenciones logró el cumplimiento total y constante de la normativa por parte de los vendedores minoristas y que solamente en tres de los estudios con grupos control se evidencia un pequeño efecto de la intervención en las percepciones de acceso al tabaco de los menores y en la prevalencia del consumo.

Los autores del estudio concluyen que, si bien las intervenciones orientadas a los vendedores de tabaco pueden reducir, en gran medida, el número de distribuidores que venden tabaco a menores, en pocas comunidades de las analizadas en esta revisión se lograron niveles altos y constantes de conformidad con la normativa entre los minoristas de tabaco. Esto explicaría el limitado efecto que dichas intervenciones tienen sobre la percepción juvenil respecto a la accesibilidad del consumo de tabaco y sobre el hábito de fumar en este colectivo.

Se indica, por otra parte, que la planificación de las medidas a adoptar en una política preventiva del tabaquismo deberá tomar en consideración la imposición de un sistema gradual de sanciones para quienes no cumplan la normativa sobre ventas ilegales y sobre consumo, así como las actitudes sociales existentes en la comunidad en la que se impongan dichas medidas, dos aspectos que inciden de forma fundamental en el logro de los objetivos de prevención perseguidos.

Hay que conseguir espacios libres de humo.

Hay que conseguir espacios libres de humo. El daño de fumar ante un menor, ya sea en un espacio cerrado como en la calle, no sólo deviene de la agresión tóxica a un cuerpo en crecimiento, sino del negativo modelo educativo que esto supone para esas pequeñas pero grandes mentes observadoras y abiertas a la imitación de las experiencias de los humanos mayores (CDD, 2006). Los viveros de crecimiento como la familia, la escuela, el grupo de amigos o compañeros y la colectividad tendrán mayor potencia educadora en el marco de la participación comunitaria. Se trata de mejorar el entorno psicosocial a través de una buena coordinación entre la familia, los centros educativos y todos los servicios que tienen alguna relación con la educación sobre el tabaco.

Los datos aportados por González (1999: 137-138) en su investigación no dejan lugar a dudas a este respecto sobre los tres espacios privilegiados en los que se debería actuar: la familia, la escuela y la comunidad (es decir, el barrio o el pueblo). En este sentido y asumiendo que la escuela ha de ser un espacio de primera línea para las acciones preventivas, debe reforzarse la idea de que éste no puede ser el único, como a veces suele ocurrir. Los otros espacios en los que el adolescente se desarrolla no son menos importantes, sino que también influyen en la conducta adolescente relativa al tabaco.

Si comprendemos la problemática social del tabaco, sobran acciones educativas simplistas y puntuales a merced de ofertas que vengan de la administración, de profesionales o de asociaciones preocupadas por el tema. Al contrario, es la comunidad en su conjunto quien tiene que asumir su responsabilidad y reflexionar sobre la forma de transformarla en acción educativa, con la implicación de todos, como ciudadanos y como profesionales. Lo que exige reflexionar sobre los planteamientos de intervención, valorar la práctica, sistematizar el trabajo en equipo, adaptar e integrar los contenidos a difundir, etc. para reconstruir la cultura de la salud en la que ubicar la cuestión del tabaco.

 

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