Autor: Sánchez García, Josep Maria
La financiación a cargo del sistema sanitario público de los tratamientos que han mostrado ser efectivos para la deshabituación tabáquica es un tema que genera un vivo debate entre los especialistas que se dedican a dicha actividad. Un argumento usado en contra de dicha financiación se basa en señalar que, para que el fumador sea consciente de la repercusión económica de su hábito, sería conveniente que invirtiera el dinero que gasta en tabaco para pagarse el tratamiento. Otra visión negativa se argumenta en el estudio realizado en la comunidad de Navarra1, donde desde hace años se financian los tratamientos y, por ello, se han beneficiado de forma individual numerosos pacientes, aunque a nivel poblacional no se ha observado ningún efecto de reducción de la prevalencia de tabaquismo.
Bien, yo daré mi punto de vista desde la visión del profesional que atiende a pacientes que intentan dejar de fumar. En general, este intento se debe a la aparición de patologías relacionadas con el tabaco, por lo que, orientados por su médico de familia o por el especialista, cardiólogo, neumólogo u oncólogo, se deciden a pedir ayuda a una unidad de deshabituación. La mayoría de estos pacientes ya han realizado algún intento para dejarlo por su cuenta y ahora intentan disminuir la cantidad o bien dejarlo definitivamente. Sin embargo, como desconocen la capacidad adictiva del tabaco, cuando se establece el síndrome de abstinencia, no saben cómo actuar. Algunos adquieren el tratamiento en la farmacia y escuchan con atención los consejos del farmacéutico, pero ante un efecto secundario o síntomas de abstinencia lo abandonan y recaen.
Todo ello significa que la persona que acude a una unidad de deshabituación está motivada por dejar de fumar y, por tanto, los profesionales debemos ofrecer la mejor ayuda posible para que lo consiga. Según las guías de práctica clínica internacionales2,3, los tratamientos de primera línea en deshabituación tabáquica han probado su eficacia para dejar de fumar, además de ser rentables para el sistema sanitario por los beneficios en salud para la propia persona y por el ahorro económico que representa para la sociedad.
La Sociedad Españolade Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR), el Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo (CNPT), la Sociedad Española de Especialistas en Tabaquismo (SEDET) y otras sociedades científicas afirman que los tratamientos farmacológicos del tabaquismo acreditan una excelente relación coste-efectividad, mejor que la que muestran los tratamientos de otras enfermedades crónicas financiadas por el sistema sanitario, y recomiendan que éste debería contemplar la financiación total o parcial de los tratamientos para dejar de fumar.
El hecho de que yo esté a favor de la financiación de los tratamientos no significa que piense que es la parte más importante para que el fumador deje la adicción de forma continuada y sin recaídas. Siempre he pensado que el factor más importante para que una persona deje de fumar es, en primer lugar, su propia motivación y esfuerzo y, después, la acción del profesional que le ayuda en el proceso. Sin este profesional que le apoya, escucha y sigue, no es posible alcanzar los porcentajes de efectividad atribuidos a los tratamientos farmacológicos. Estos fármacos ayudan a que el síndrome de abstinencia sea más leve y que el paciente, al estar más relajado, se sienta mejor, aumente su autoestima y consiga superar su adicción.
Para apoyar mis argumentos presentaré la historia del fumador habitual que acude a nuestra consulta. Es una persona de unos 40-60 años que empezó a fumar a los 12 o 13 años influido por la sociedad, su entorno, los amigos y por su propia familia en la mayoría de los casos. Se habituó al consumo de tabaco de forma muy rápida, adicción que consideró como algo normal y corriente durante muchos años, apoyado por la permisividad social de la época. Luego, cuando le han aparecido los síntomas de afectación de la salud asociados al tabaco, ha visto con perplejidad que ha disminuido su calidad de vida y que todo ello representa un carga económica para él y su familia. Además, se ha dado cuenta de que la sociedad le indica con claridad que el tabaco no sólo es perjudicial para su salud, sino también para los que le rodean.
Por todos estos motivos, el paciente decide dejar la adicción y, en primer lugar, lo intenta por su cuenta. Con frecuencia, al no conseguirlo, su frustración aumenta día a día. Además, cuando los que se hallan a su alrededor le dicen que solo es cuestión de voluntad y que si no lo deja es porque no quiere, junto a otros comentarios, se incrementa su grado de contrariedad y malestar. Su médico de familia y su especialista le aconsejan que deje de fumar, pero inicialmente no le dirigen a ninguna unidad de deshabituación ni le proponen ningún seguimiento. En todo caso, si le indican alguna medicación, le dicen que no está financiada por el sistema sanitario.
Algunos expertos en tabaquismo argumentan que los pacientes que se gastan el dinero en su tratamiento tienen mayor motivación por dejarlo y mayores posibilidades de abandonarlo.
En nuestro entorno, el sistema sanitario público financia una parte del tratamiento de prácticamente todas las patologías. Hace años que se retiraron de la financiación una serie de medicamentos de dudosa eficacia. Ello condujo a que la población relacionara la no-financiación con la ineficacia. Los profesionales sanitarios sabemos que esto no es verdad, pero si permitimos que no se financien muchos medicamentos que deberían ser financiados, estamos colaborando a favor de esta visión errónea. Algunos expertos en tabaquismo argumentan que los pacientes que se gastan el dinero en su tratamiento tienen mayor motivación por dejarlo y mayores posibilidades de abandonarlo. Este argumento sería difícil de defender respecto a cualquier otro tratamiento, ya que supondría que el paciente que se compra el tratamiento para la hipertensión lleva un mejor control de la misma y el tratamiento es más efectivo.
Los organismos sanitarios internacionales, los protocolos establecidos y los expertos consideran que el tabaquismo es una adicción. Por otro lado, y en general, todos los sistemas sanitarios de Europa consideran que se debe ayudar a los pacientes adictos de cualquier drogodependencia y, por ello, se ponen a su alcance los tratamientos de eficacia demostrada disponibles actualmente. Aplicando este argumento, también deberían financiarse los tratamientos en pacientes adictos a la nicotina, puesto que tal adicción es la primera causa evitable de muerte en nuestro país y, como he dicho anteriormente, es una intervención totalmente rentable. Una vez decidida por parte de las autoridades sanitarias que se debe financiar, se podría negociar con la industria farmacéutica el precio mínimo posible para el sistema sanitario. Los tratamientos se deberían indicar en aquellos pacientes suficientemente motivados o con patología específica, prescritos por profesionales acreditados o formados en el tema, y en aquellos servicios que pudieran realizar un seguimiento adecuado.
Bibliografía:
1. Azagra MJ, et al. Financiación pública de los fármacos para dejar de fumar: utilización y coste en Navarra (1995-2007). Gac Sanit. 2010.doi: 10.1016/j.gaceta.2010.03.011.
2. Treatting Tobacco Use and Dependence: 2008 Update. Fiore et al. U.S. Department of Health and Human Services. Public Health Service. May 2008.
3. National Institute for Health and Clinical Excellence. Smoking cessation services in primary care, pharmacies, local authorities and workplaces, particularly for manual working groups, pregnant women, and hard to reach communities. NICE public health guidance. 10. February 2008.
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