Autor: Pedra Pagés, Gerard
En los últimos tiempos se ha hablado mucho de la Medicina Basadaen la Evidencia(MBE); en inglés, Evidence Based Medicine (EBM). Pero, ¿qué es la MBE?
Representa el uso racional, explícito, juicioso y actualizado de la mejor evidencia científica aplicada al cuidado y manejo de pacientes individuales. La práctica de MBE requiere la integración de la experiencia clínica individual con la mejor evidencia clínica externa derivada de los estudios de investigación sistemática.
Su objetivo primordial es que la actividad médica se asiente sobre bases científicas contrastadas con estudios de la mejor calidad, en los que se refleje de forma fidedigna el estado actual de conocimientos. Una de las herramientas básicas sobre las que se asienta esta metodología la constituye la revisión sistemática, que sugiere que las decisiones en el ámbito clínico serán más consistentes si se basan en las conclusiones de revisiones sistemáticas de la investigación clínica.
¿Qué entendemos por evidencia clínica?
El nivel o grado de evidencia clínica es un sistema jerarquizado, basado en las pruebas o estudios de investigación, que ayuda a los profesionales de la salud a valorar la fortaleza o solidez de la evidencia asociada a los resultados obtenidos de una estrategia terapéutica. Desde finales de la década de 1990, cualquier procedimiento realizado en medicina, ya sea preventivo, diagnóstico, terapéutico, pronóstico o rehabilitador, tiene que estar definido por su nivel de evidencia científica, corriente que se incluye dentro de la MEB.
La US Agencyfor Health Care Policy Research propone distintos niveles:
– Ia: La evidencia proviene de metanálisis de ensayos controlados, aleatorizados y bien diseñados.
– Ib: La evidencia proviene, al menos, de un ensayo controlado aleatorizado.
– IIa: La evidencia proviene, al menos, de un estudio controlado bien diseñado sin aleatorizar.
– IIb: La evidencia proviene, al menos, de un estudio no completamente experimental, bien diseñado, como los estudios de cohortes. Se refiere a la situación en la que la aplicación de una intervención está fuera del control de los investigadores, pero su efecto puede evaluarse.
– III: La evidencia proviene de estudios descriptivos no experimentales bien diseñados, como los estudios comparativos, estudios de correlación o estudios de casos y controles.
– IV: La evidencia proviene de documentos u opiniones de comités de expertos o experiencias clínicas de autoridades de prestigio o los estudios de series de casos.
También se deben destacar el grado de la recomendación:
– A: Requiere al menos un ensayo controlado aleatorio de alta calidad y consistencia sobre la que basar la recomendación concreta (niveles de evidencia Ia y Ib).
– B: Requiere disponer de estudios clínicos bien realizados, pero no de ensayos clínicos aleatorios sobre el tema de la recomendación (niveles de evidencia IIa, IIb y III)
– C: Requiere disponer de evidencia obtenida de documentos u opiniones de comités de expertos o experiencias clínicas de autoridades de prestigio. Indica la ausencia de estudios clínicos directamente aplicables y de alta calidad (nivel de evidencia IV).
En la red encontramos distintas herramientas que nos ayudan a aplicar la MBE, entre las que encontramos la Biblioteca Cochrane, que es una colección de bases de datos sobre revisiones sistemáticas, artículos y ensayos clínicos controlados en medicina, y en otras áreas de la salud relacionadas con la información que alberga la Colaboración Cochrane.
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