Autor: Albert
Tengo 23 años y soy asmático. Cuando era adolescente, aun sabiendo que no podía fumar por mis problemas respiratorios, empecé a tontear con el tabaco. Fumaba algún cigarrillo esporádicamente, cenando o cuando salía de fiesta con mis amigos. Imagino que todos los fumadores empezamos igual (la presión social, unas supuestas rebeldía y madurez, un intento de parecernos a los duros y guapos personajes del cine y un largo etcétera de sobras comentado). Iban pasando los meses y de aquel cigarrillo esporádico en ocasiones muy especiales pasé a comprarme un paquete los fines de semana, después empecé a fumar algún pitillo al salir de clase y, poco a poco, el cigarrillo esporádico se convirtió en casi dos paquetes diarios. Fumaba constantemente. El paquete de Lucky y el Zippo eran mis inseparables “amigos”, el cigarrillo, una extensión más de mi cuerpo.
En un principio, mi vida no se vió demasiado alterada, solamente mi ropa y mi boca olían a tabaco. Pero a medida que pasaban los meses la cosa cambió. Primero fueron las escaleras, me costaba subirlas como antes, así que opté por usar siempre el ascensor. Después fue correr, mi corazón palpitaba más fuerte y me costaba más, así que dejé de hacerlo. Después llegaron la tos y los constantes resfriados, más y más largos que de costumbre, un daño colateral, pensé, y seguí fumando. Poco a poco vi que me costaba respirar, pero a base de inhaladores para el asma lo fui tanteando durante tres años e ignoré las constantes advertencias de mi médico.
Hace unos meses, la situación llegó a un extremo insostenible. Tenía que usar cuatro inhaladores distintos a lo largo del día. Me daba miedo salir de casa sin ellos. Al final, me ahogaba hasta por andar. La sensación de ahogo es tremendamente estremecedora, os lo juro. En ese momento me di cuenta de que tenía 23 años y mi vida parecía más la de una persona anciana. Fue entonces cuando tomé la decisión más importante de mi vida: dejar el tabaco. Tuve la suerte de contar con el apoyo de mi familia, mi pareja y mis amigos y, por encima de todo, de recibir la ayuda de un especialista. Fue difícil, no lo voy a negar, porque estaría mintiéndoos, pero finalmente lo dejé.
Ahora hace casi tres meses que no fumo y mi vida ha dado un giro de 180 grados. Desde entonces nunca me ha vuelto a faltar el aire, los sentidos del olfato y del gusto han reaparecido, puedo correr, subir escaleras y andar horas y horas sin cansarme. Asimismo, he dejado de usar inhaladores (que llevan muchísima cortisona) y, por tanto, he adelgazado dos tallas, a la vez que me he planteado andar, como mínimo, una hora al día (que es el tiempo que perdía fumando), lo que es, sin lugar a dudas, un buen y barato ejercicio físico.
Es posible que muchos fumadores de mi edad no hayan llegado a estar tan mal como lo estuve yo, pero seguro que a lo largo de los años les pasará algo parecido. Tanto si estáis pensando en dejarlo, como si ya lo estáis haciendo, sólo quiero deciros una cosa: los fumadores podíamos vivir sin un cigarrillo en la mano y os prometo que, aunque sea duro y difícil, todos podremos volver a hacerlo.
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