Autor: Jiménez Rodrigo, M. Luisa
Este exhaustivo trabajo de investigación se adentra en la especificidad del fenómeno del tabaquismo femenino. La autora pretende identificar las características diferenciales de este hábito, y se cuestiona sobre las razones por las que actualmente las mujeres lideran una práctica que comienza a estar fuertemente estigmatizada.
En el último siglo, hemos asistido en Occidente a una transformación radical de la mujer fumadora y de la valoración social del tabaquismo femenino. Este hecho ha llamado la atención de numerosos investigadores e investigadoras, que han focalizado sus estudios en el análisis de los cambios en las posiciones socioeconómicas de las mujeres y en las relaciones y roles de género como factores explicativos de la feminización del cigarrillo industrial en las sociedades occidentales. En España, sin embargo, hasta ahora han sido escasos los estudios monográficos que han atendido a las transformaciones sociales, económicas, culturales y de género en relación con el fenómeno del tabaquismo femenino. Este hueco en la investigación es el que pretende paliar Mª Luisa Jiménez Rodrigo con esta tesis doctoral que, a través de métodos cuantitativos y cualitativos, analiza el fenómeno del tabaquismo femenino a escala estatal.
En España, hay que esperar hasta la segunda mitad de los sesenta y, sobre todo, a la década de los setenta, para asistir a la incorporación masiva de las mujeres al consumo de cigarrillos.
En España, hay que esperar hasta la segunda mitad de los sesenta y, sobre todo, a la década de los setenta, para asistir a la incorporación masiva de las mujeres al consumo de cigarrillos. Un factor crucial en la tabaquización de las mujeres españolas ha sido su progresiva integración en el sistema educativo y el mercado laboral. A partir de esa década, el consumo de tabaco crece de manera muy acelerada entre la población femenina, aunque comienza a estabilizarse a partir de los noventa, principalmente a causa del incremento del número de ex fumadoras, si bien no decrece de forma tan enérgica como el tabaquismo masculino. Además, como novedad histórica, hay que destacar que, por primera vez, entre las cohortes más jóvenes, las chicas fuman en mayor proporción que los chicos.
La representación social de la mujer fumadora ha ido evolucionando de forma paralela al consumo. Durante la primera mitad del siglo XX, muy pocas mujeres fumaban, y las que lo hacían estaban muy mal vistas por romper las normas imperantes de la feminidad tradicional de la época. En cambio, a partir de los años sesenta, la visión en torno al consumo femenino de tabaco comienza a identificarse primordialmente con la libertad y la modernidad, entendidas en términos positivos, es decir, de avance, de conquista y de equiparación con el género masculino. Entre las mujeres que han vivido su juventud durante los ochenta y los noventa, fumar tabaco se considera ya una acción social completamente normalizada, vinculada con la igualdad y la libertad logradas en la democracia, hasta el punto de que se ha convertido en una cuestión indiferente al género.
Es interesante señalar que la adopción del tabaco por parte de las mujeres no se ha producido con cualquier derivado del tabaco o método de administración de nicotina, sino con un producto muy concreto: el cigarrillo industrial, con filtro y elaborado con tabaco rubio. En este sentido, la autora señala que existen olores y sabores femeninos y olores y sabores masculinos, y que todos son socialrnente construidos e históricamente cambiantes. Otro aspecto muy interesante de este estudio lo constituye el análisis de los sentimientos –emocionales, corporales, sociales y de poder y resistencia– que las mujeres atribuyen al consumo de cigarrillos. Sin negar la dependencia adictiva, Jiménez Rodrigo recalca en su investigación que el consumo de tabaco, como el de otras drogas, tiene lugar en un momento sociohistórico concreto, y que éste resulta clave para comprender el fenómeno en toda su complejidad. Además, el consumo de drogas es entendido como una acción social situada en la interacción cotidiana y dotada de significados atribuidos por los actores, en este caso por las mujeres fumadoras.
Para las mujeres fumadoras, fumar cigarrillos está cargado de una importante dimensión emocional, asociada principalmente al alivio de estados negativos, como el estrés, el enfado, la depresión o la tristeza. Conviene subrayar que Jiménez Rodrigo también considera las emociones como construcciones sociohistóricas, ya que los procesos de socialización y aprendizaje sentimental son diferentes en mujeres y en hombres, así como los recursos y estrategias de reducción del estrés y de control de los sentimientos negativos. Varios estudios confirman una mayor tendencia de las mujeres, en comparación a los hombres, a usar el tabaco para relajarse y reducir la tensión.
A su vez, el tabaco puede entenderse como una práctica corporal y estética, ya que contribuye no sólo a corporizar determinados sentimientos y emociones, sino que también es empleado como instrumento definidor de la imagen que la mujer desea transmitir a los demás en el proceso de la interacción social.
Un elemento específico del consumo de tabaco entre las mujeres y sustancialmente ligado al género es la utilización del cigarrillo como instrumento controlador del apetito y del peso corporal. Parece que la asociación entre delgadez y consumo de tabaco entre las mujeres se ha convertido en un mito que ha traspasado fronteras generacionales y culturales. Esta creencia de que “el tabaco adelgaza” constituye un factor importante para el inicio de muchas adolescentes en el hábito y suele suponer una barrera férrea cuando se plantean dejar de fumar.
Otro sentido estético asociado al tabaco es la identificación de la autoimagen con un cigarrillo, que se relaciona con la proyección de valores de madurez, feminidad y distinción social. Entre las mujeres, sobre todo entre las adolescentes, la imagen del cigarrillo está ligada fundamentalmente a ideas de madurez e independencia. Pero, además, fumar cigarrillos no sólo supone la entrada al estadio adulto, sino también el paso al mundo femenino. Al igual que el vestido, el maquillaje o el peinado, ayuda a las mujeres fumadoras a mostrar una determinada imagen de sí mismas en la interacción con otras personas, sin olvidar incluso su uso como elemento erótico. También les dota de un estatus social dentro de las culturas adolescentes, ya que fumar constituye una herramienta de éxito social y sentimental. Para la autora, existe un estilo masculino y un estilo femenino de fumar, es decir, la forma en que esta práctica es corporizada y exhibida a los demás está genéricamente definida.
El consumo de cigarrillos desempeña, igualmente, importantes funciones sociales para las mujeres fumadoras, como instrumento facilitador de las relaciones sociales, al incrementar la seguridad en sí mismas y las oportunidades de relación social e integración grupal, por ejemplo, en el trabajo o en los espacios de ocio. Asimismo, el consumo de tabaco supone una estrategia de la que hacen uso las mujeres muchas veces para ganar y expresar poder en sus relaciones con el sexo masculino. En este sentido, el cigarrillo puede ser utilizado como un instrumento marcador de espacios y de tiempos, y reivindicador de identidades y libertades por parte de las mujeres; en definitiva, como un símbolo de poder frente a los varones.
No obstante, a pesar de que fumar cigarrillos presenta una serie de ventajas y beneficios de diverso alcance, también implica un conjunto de costes, riesgos o efectos negativos, imprevistos e indeseables para las mujeres fumadoras. En primer lugar, se encuentran los costes sobre la salud, cuyo conocimiento, además de ser insuficiente, está sesgado como consecuencia de un discurso y de unas prácticas sociosanitarias que han focalizado los efectos del tabaquismo sobre la salud de los varones, y más concretamente en el cáncer de pulmón.
Las consecuencias negativas del consumo de cigarrillos en el rendimiento físico no son valoradas por las mujeres fumadoras.
Las consecuencias negativas del consumo de cigarrillos en el rendimiento físico no son valoradas por las mujeres fumadoras. Lo mismo ocurre con los costes monetarios y estéticos que supone el consumo de tabaco. Los mayores costes se relacionan con el desarrollo de dependencia y con el estigma social que en los últimos años está recayendo sobre las personas fumadoras. Las mujeres desarrollan una mayor dependencia a los refuerzos positivos del uso de cigarrillos y encuentran una mayor dificultad en abandonarlo, al percibir mayores beneficios en su consumo y mayores costes que los varones en su abstinencia.
Otras dimensiones importantes de la dependencia son la sensación de pérdida de control en determinadas circunstancias, el sentimiento de la necesidad compulsiva de tener tabaco y la percepción de las dificultades para dejar de fumar. En cuanto al estigma social, actualmente se está extendiendo una nueva imagen negativa y despectiva hacia la persona fumadora, que se representa como adicta, enferma, contaminante e irrespetuosa. Sin embargo, y aunque aparentemente la nueva imagen negativa del tabaco parece afectar a ambos sexos, este estigma social recae con mayor virulencia en las mujeres, no sólo porque comienzan a fumar más mujeres que varones, sino también porque socialmente se juzga de un modo más duro y estricto a una mujer que da mala imagen que a un hombre.
El consumo masivo de tabaco por parte de la población femenina comenzó en los años setenta como una señal de igualdad. Hoy en día, sin embargo, se ha convertido en uno de los principales indicadores contemporáneos de desigualdad social y de género. De hecho, esta práctica está cada vez más vinculada con la desventaja económica y el aislamiento social, con lo que podría afirmarse, según Jiménez Rodrigo, que actualmente se está produciendo una correlación entre feminización de la pobreza y feminización del tabaquismo.
Descargar BOLETÍN 13 / ENERO 2009
Recibe las novedades en tu email